No siempre el viajero encuentra en su vida caminos salpicados de miel y rosas. Más bien y con demasiada frecuencia, halla en el borde o en medio de los senderos, algo perturbador que detiene, o al menos entretiene, sus pasos. Pero sin embargo, son situaciones y escenas que, aunque de manera reflexiva no se deseen, en el fondo son absolutamente imprescindibles, porque en esas circunstancias negativas, incómodas, poco amables, incluso abominables, hay mucho peso y poso de aprendizaje, de iniciación.

Un espíritu enquistado en lo pueril es aquel que solo desea contemplar cosas bonitas, nunca la cara oculta del espejo en donde se refleja lo perverso del mundo y del ser humano. Y es que todo esto también está en la ruta, en la vida.

Hoy traemos a Otros Mundos una muestra, dividida en tres planos, en tres detalles, de cómo el rostro feo de los viajes surge de frente y con descaro, ante el viajero tantas veces predispuesto a lo inadvertido.